Que la tierra le sea leve a Carmen Sevilla, antigua novia de España
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“Yo soy la Carmen de España y no la de Merimée”, rezaba la letra de una de sus primeras canciones. Y bien es cierto que, en los años 50, Carmen Sevilla fue la novia del país entero, dignidad que sólo ostentan las actrices con más encanto. Y como la novia de la nación que era, en 1957, cuando sus tropas se batían en Sidi Ifni en una guerra que prácticamente habría de ser ignorada, la Carmen de España fue a cantar a los soldados que defendían una de las últimas fronteras coloniales del país. A buen seguro que aquejada del Alzheimer en la residencia madrileña donde pasó sus últimos días, ella no recordaba esa colección de instantáneas que brindó a la memoria colectiva cuando posó entre los soldados con la misma gracia que Marilyn Monroe lo hizo con las tropas estadounidenses en la guerra de Corea. Si alguno de aquellos combatientes sigue aún vivo y en la plenitud de sus facultades, seguro que no ha olvidado el día en que Carmen Sevilla fue a cantarles y se fotografió entre ellos.
Con la misma simpatía que se subía a un avión y se iba al frente, asistía a las recepciones en Chicote o en el hotel Castellana Hilton con las que aquella España de los años 50, que empezaba a abrirse a las coproducciones internacionales, agasajaba a los primeros técnicos y actores norteamericanos que venían a participar en ellas. Hay fotos que dan fe de la impresión que le causó su belleza a Frank Sinatra. Aquellos eran los días en que Carmen Sevilla brillaba en las mismas fiestas que Ava Gardner. Sin embargo, seguramente, el recuerdo más preciado que la actriz guardó de aquellos tiempos, fue el cariño que le profesaban sus compatriotas. Los españoles, maravillados, la veían ir de las adaptaciones de zarzuelas como La revoltosa (José Díaz Morales, 1949) a filmes de exaltación folclórica como Gitana tenías que ser (Rafael Baldeón, 1953) encandilados con su donaire y su hermosura. Fuera cual fuese el personaje que encarnaba, su principal característica era una españolidad sin fisuras. Las mujeres a las que dio vida Carmen Sevilla le cantaban a la patria, al novio o a la Virgen del Rocío. La emoción que la intérprete ponía siempre, fuera quien fuese el destinatario de su copla, conmovía por igual a los soldados, que soñaban con que fuera a esperarles a la puerta del cuartel una novia como ella, que a las madres que querían para sus hijas todas las virtudes que Carmen Sevilla representaba. Porque los personajes a los que dio vida la actriz en aquel primer tramo de su carrera siempre eran chicas vivarachas, trabajadoras, de nobles sentimientos. Es decir, chicas “decentes” y católicas, como quería la España oficial a las jóvenes españolas.
María del Carmen García Galisteo -el Sevilla de su apellido artístico era un homenaje a su solar natal- nació en la capital hispalense en 1930. Aunque era nieta del periodista José García Rufino e hija de Antonio García Padilla -quienes fueran destacados letristas de canciones de las películas protagonizadas por Imperio Argentina, Concha Piquer y Estrellita Castro-, Carmen siempre brilló con luz propia. Aún era una niña cuando comenzó a llamar la atención con sus bailes. Trasladada a Madrid en la posguerra junto a su familia, no tardó en matricularse en el conservatorio. Su debut profesional se produjo en 1942, cuando, al ir a llevarle una canción escrita por su padre a Estrellita Castro, la reina del pasodoble se fijó en ella y decidió auspiciar sus comienzos.
Tras un primer trabajo en el espectáculo Rapsodia española, la joven Carmen pasó a integrar las compañías del Príncipe Gitano y Paco Reyes. Sus bailes y sus canciones la llevaron por primera vez al cine en 1947. Un pequeño papel en Serenata española, de Juan de Orduña, fue su primer trabajo para la pantalla. Doce meses después protagonizaba junto a Jorge Negrete Jalisco canta en Sevilla, de Fernando de Fuentes. Convertida, junto a Paquita Rico y Lola Flores en una de las principales intérpretes de la canción española, y convertida Andalucía en la comunidad que mejor representaba el folclore del país en la pantalla del momento, Carmen Sevilla -que además de andaluza tenía el tronío y el salero que había que tener- destacó como una de las estrellas más rutilantes de dicho cine. Protagoniza entonces cintas como Cuentos de la Alhambra (1950) de Florián Rey, Un caballero andaluz (Luis Lucia, 1954) o Pan, amor y Andalucía (Javier Setó 1958).
Pero la faceta más castiza de su filmografía no ha de hacer olvidar su trabajo con grandes cineastas del panorama internacional. Con Edgar G. Ulmer colaboró en Muchachas de Bagdad (1952); con Alessandro Blasseti, en Europa di notte (1958); para Nicholas Ray fue la María Magdalena de Rey de Reyes (1961); para Charlton Heston, la Octavia de la versión de Marco Antonio y Cleopatra dirigida por este actor en 1972.
En cuanto a la pequeña pantalla, bien como cantante, bien como la chica de los anuncios de Coca-Cola, Phillips y otras marcas, la de Carmen Sevilla fue una de las presencias más frecuentes desde las primeras emisiones del medio en nuestro país, allá por 1956. Al cabo, su carrera en la antena fue la más dilatada, prolongándose a lo largo de las décadas y de las emisoras públicas y privadas. A veces presentando sorteos; otras, espacios como el popular Cine de Barrio, que puso fin a su actividad en 2010. Fue entonces cuando Carmen Sevilla, ya en la senectud, volvió a ganarse al país, del que había sido la novia indiscutible en su juventud, en la televisión del cambio de siglo.
No es de extrañar que tiempo atrás, a finales de los años 50, uno de los cineastas más alejados de la España oficial de aquellos días, Juan Antonio Bardem, brindase a la actriz su primera oportunidad de mostrar un perfil inquietante, que también tenía, en La venganza (1958). Pero aún habrían de pasar algunos lustros para que Carmen Sevilla diese un vuelco a su filmografía. Acorde con el signo de aquella época, se erotizó en cintas como La cera virgen (José María Forqué, 1971), Nadie oyó gritar (Eloy de la Iglesia, 1972) o La loba y la paloma (Gonzalo Suárez, 1973). Pero sería Eloy de la Iglesia, para quien protagonizó algunos de los grandes giallos españoles -El techo de cristal (1971), Nadie oyó gritar (1973)-, con quien la antigua novia de España se volvió algo muy distinto: su belleza sin mácula de otro tiempo se tornó mucho más sugerente.
En cualquier caso, tuvo un otoño cautivador en los más sórdidos relatos criminales. La crítica actual reconoce que en ese tramo final hay varios títulos que cuentan entre lo mejor de su carrera. Cuentan entre ellos No es bueno que el hombre esté solo (Pedro Olea, 1973) e incluso La cruz del diablo (1975), que protagonizó junto a Ramiro Oliveros para John Gilling, uno de los grandes de la Hammer Films ni más ni menos.
También corrían los años 70 cuando Carmen Sevilla se subió a los últimos escenarios para cantar. Pero el tiempo de la canción española ya había pasado.
Al final resultó ser tan trabajadora como las chicas a las que recreaba en sus comienzos. Así, en las postrimerías de su etapa televisiva, cuando presentaba algunas de las películas de su juventud, la antigua novia de España se convirtió de cara al público en una de las ancianas más entrañables de la pequeña pantalla. No cabe duda, ella, y no la de Merimée -origen de la españolada por cierto esta Carmen del novelista francés- fue la Carmen de España.
Publicado el 28 de junio de 2023 a las 03:45.